Julia Hill se preparaba a los 23 años para viajar alrededor del mundo. Pero cuando se enteró de que había planes para talar los bosques de secuoyas cercanos a su casa familiar cambió de opinión. Nunca había sido activista ecologista, era estudiantes en Arkansas y había trabajado con tanto empeño como camarera en un restaurante que llegó a convertirse en gerente. En 1996 casi muere en un accidente de coche. Un conductor en estado de embriaguez chocó contra la parte trasera del vehículo en el que ella viajaba y el volante se le incrustó en el cráneo. La joven pasó un año de terapia antes de recuperar la capacidad de hablar y caminar con normalidad. Hoy todavía sufre dolores en la espalda y las articulaciones. Una entrevista a Julia Hill recogida en la revista de temática ecologista Magis, recoge una declaración suya a The Washington Post: "El volante en mi cabeza, figurativa y literalmente, condujo mi vida en una nueva dirección". Pero entonces no se imaginaba siquiera que esta dirección sería 60 metros hacia arriba.
En el contexto de su recuperación conoció el parque nacional de Grizzly Creek Redwoods, en California. Se quedó fascinada por las secuoyas gigantes (secuoyas costeras, sequoia sempervirens) que lo poblaban. Dicen que entrar a un bosque de este tipo es como pisar una catedral viviente. El silencio te envuelve mientras dejas el mundo terrenal. Los troncos de más de dos mil años de antigüedad se alzan luminosos. Un olor fresco y húmedo llena el aire y helechos del tamaño de una casa danzan con la brisa. Las secuoyas costeras son la especie de árboles más altos del mundo. "Su majestuosa estatura, algunos alcanzan más de 120 metros, contrasta con la suavidad de sus pequeñas hojas en forma de aguja, que proveen la base para un rico ecosistema que comienza en el suelo esponjoso bajo tus pies y que termina en follaje 30 pisos más arriba de tu cabeza", describe la periodista estadounidense Tracy L. Barnett, especializada en temas de medio ambiente, que escribe para National Geographic Traveler en español, entre otros medios. "Ahora las secuoyas costeras apenas ocupan una estrecha franja a lo largo de la costa de California y Oregón". Quedan en el mundo un 3% de las secuoyas que existieron.
Julia Hill se ofreció voluntaria al colectivo Earth First! para protestar contra la tala de estos árboles, que como forma de protesta subían a estos árboles y permanecían allí dos, tres, cinco días. Hill ocuparía la secuoya durante cinco jornadas... que se convirtieron en dos años. La apasionada conexión que estableció con el árbol durante todo este tiempo provocó que personalidades como Joan Báez, Bonnie Raitt y Woody Harrelson se subieran al árbol con ella, y el batería de The Grateful Dead, Mickey Hart, organizó un concierto solidario al pie de la secuoya. En tierra la ayudó un equipo formado por miembros de Rising Ground que le creó una página web, le consiguió un teléfono móvil y un panel solar para cargar su batería, y le consiguieron entrevistas con periodistas de todo el mundo. Se aseguraron además de que recibiera comida orgánica (Julia Hill era vegana) y hasta le subieron un pastel vegano en su cumpleaños. Además, se hicieron cargo de los cientos de cartas que llegaban de todo el mundo y que Julia Hill intentaba responder personalmente.
Lluvias extremas e infecciones
Hubo muchas dificultades que Julia Hill tuvo que sortear encaramada en lo alto de la secuoya. Las cuenta en El legado de Luna: la historia de un árbol, el libro que escribió en al finalizar esta experiencia. "Los vientos arrancaban las ramas de la secuoya de más de mil años y las aventaban contra el piso, 60 metros abajo. La plataforma superior, donde yo vivía, estaba como a 55 metros de altura. Al azotar, las ramas rasgaron la lona que me servía de refugio. El aguanieve y el granizo se metían por las rendijas de lo que habían sido mi techo y mis paredes. Cada nueva ráfaga agitaba la plataforma en el aire y amenazaba con lanzarme al vacío". Tuvo que resistir lluvias extremas, fuertes vientos, heridas en infecciones que casi ponen fin a su misión de 738 días. Cuenta que una noche, próxima a rendirse, escuchó "la voz de la Luna" diciéndole que "sólo las ramas rígidas se rompen, las flexibles sobreviven". De modo que se aproximó a las ramas más jóvenes. También sufrió picaduras de todo tipo de arañas, avispas, abejas y hormigas. Un día que una araña cayó sobre su cabeza, Hill se dijo a sí misma que "las arañas son parte integral del bosque y tienen un propósito más importante que el mío para estar aquí. En ese momento dejaron de molestarme".
La compañía encargada de la tala de árboles en el bosque, la Pacific Lumber, tampoco le puso las cosas fáciles. Los leñadores le montaron un cerco durante doce días. Tuvo que respirar el humo de los incendios que provocaban y se llevó su cuota de amenazas de muerte por parte de algunos talamontes. Entre las prácticas disuasivas de Pacific Lumber contra la forma de resistencia civil pacífica que llevaba a cabo Hill se contaban asimismo los vuelos rasantes en helicóptero por la cima del árbol. Lo cierto es que el estrellato de Julia Hill comenzó a generar dinero. Se recibían donaciones y ella decidía en qué se gastaba. Se había convertido en el rostro de un movimiento que supuestamente operaba por consenso, y ella había ido por libre, por lo que muchos de sus compañeros ecologistas la dejaron sola mientras ella negociaba con Pacific Lumber y aceptaba un trato: la empresa salvaba a su secuoya y al resto de los árboles que se encontraran en 70 metros a la redonda a cambio de 50.000 dólares aportados por donantes privados. "Todo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión. No pretendo complacer a todos. Mi meta es vivir mi vida con integridad", reveló a la periodista Tracy L. Barnett. Julia Hill de verdad se lo creía, realmente lo sentía, era una ecologista apasionada. Y aún hoy sigue trabajando por el medio ambiente y la justicia social. Cuando la gente le pregunta qué puede hacer para promover el cambio ella responde: "¿Cuál es tu árbol?".
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