En esta oportunidad compartimos el testimonio de dos mujeres que pasaron por la experiencia del aborto y que han sido publicados por nuestras hermanas de Proyecto Kahlo
Dos fridas nos cuentan sus experiencias de violencia obstétrica, en las cuales el dolor físico fue poco comparado con el emocional.
Me quedé embarazada con 21 años porque tuve relaciones sexuales sin protección con un chico, que era mi pareja por aquel entonces. Sí, ya lo sé, muy mal. Pero después de esto no volverá a ocurrir más, y de hecho, en estos dos últimos años no me ha vuelto a pasar. Me dejó tan marcada que incluso tomando precauciones sigo teniendo miedo a quedarme embarazada. Por otra parte, se ha visto afectado mi deseo sexual por este miedo.
Bueno, os cuento para que podáis entenderme. Cuando me quedé embarazada lo noté en seguida. Tenía todos los síntomas, y mis hormonas (a las cuales soy muy susceptible), me provocaron un estado de felicidad bastante anormal en mí. Cuando la ginecóloga me confirmó que estaba embarazada, no me asusté porque ya lo sabía, y además tenía claro que no lo quería/podía tener; 21 años, una relación de pareja muy inestable, muchos sueños por delante, el ejemplo de vida de mi madre como madre soltera… No, no estaba preparada ni dispuesta a asumir tantas penurias. Aunque teniéndolo aparentemente tan claro, había algo en mí que se preguntaba: “¿Por qué no?”
Yo sostengo la teoría de que el bienestar en el que me tenían inmersa mis hormonas fue el responsable de esto, y para mí fue algo que complicó mucho la situación. Os sigo contando.
Me dieron cita para ir a otra ginecóloga que me iba a hacer una ecografía para ver el tamaño del feto, y para concretar la fecha del aborto. Bien, pues esta persona ha sido la persona más inhumana, desagradable, amargada, bruta (así podría seguir todo el día) que he tenido la desgracia de conocer en toda mi vida en el ámbito de la medicina. Menos mal que me había acompañado mi mejor amiga a la consulta, porque si llego a estar sola ese día con mi cóctel de hormonas, no sé qué hubiera sido de mí. Esta señora me habló y me trató con desprecio desde que le dije que tenía clara la decisión de abortar, incluso me hizo daño físicamente cuando me estaba haciendo la ecografía; se le notaba rabiosa. En serio, no exagero. Recuerdo que me chocó mogollón porque yo estaba súper feliz, y esta actitud me provocó un bajón del copón. Hubo un momento en el que le pedí si podía mirar lo que llevaba dentro de mí. Me puso cara de asco y giró la pantalla de mala leche mientras decía: ” ¡Puf! ¡Por mí! “
Yo creo que a una persona que está en la situación en la que yo estaba hay que tratarla con más tacto. No como a una niña, pero sí siendo agradable y teniendo en cuenta sus sentimientos. Eso una ginecóloga lo tiene que saber de sobra. Bueno, dejando esto a parte, resulta que yo estaba embarazada de menos de un mes. Le pedí tomarme la pastilla y me dijo que no, que tenía que esperar otro mes para ver si se producía un aborto espontáneo. Yo, en el momento no me di cuenta, pero luego lo hablé con mi médico y me dijo todo enfadado: ” ¿Aborto espontáneo?, ¿tú?, ¿una mujer de 21 años?, ¡venga ya, por favor!”.
Pues pasó el mes y claro, ni aborto espontáneo ni leches, y yo cada vez más envuelta en el falso bienestar y en las dudas. Al final, dejaron pasar demasiado tiempo para poder recurrir a la pastilla, y tuvieron que intervenirme quirúrgicamente. Es lo más doloroso que me han hecho nunca. El trato del personal de la clínica fue muy bueno, la verdad, pero me dolió muchísimo. Y fuera de eso, tuve también el shock emocional de “ya no estoy embarazada”, gracias a mis hormonas, que se quedaron locas perdidas. Menos mal que en esta ocasión también estaba acompañada, esta vez de mi hermana. Me pegué un mes con una depresión tremenda.
Al menos todo esto me ha servido para saber reconocer este tipo de agresiones y poder hacerles frente en un futuro si se vuelven a repetir. Gracias por dejar que cuente mi historia, ¡un abrazo enorme!
Mónica Navarro Vilches (23), Irurtzun (Navarra).
No me lo pensé dos veces, y todavía no me sorprendo por ello. Antes de todo, debo aclarar que aunque en ese momento decidiera abortar no quiere decir que no quiera tener hijos nunca, o que no me gusten los niños. No sé si fue por la visión que tenía de mí misma y de mi futuro en ese entonces, por el novio que tenía o porque había leído y entendido mis derechos como mujer; sólo sé que un buen día fui (con mi actual ex) al lugar de Bogotá que tiene fama al respecto. Allí, nuestras caras de angustia hicieron que los mismos que ofrecen ecografías nos ofrecieran las pastillas para la interrupción voluntaria del embarazo.
Dos días después de esto me inició un dolor muy fuerte en el vientre, volvimos a lugar, y resultó ser un embarazo ectópico (el óvulo fertilizado se desarrolla fuera del útero) roto. No discutí. Las cosas ya estaban hechas, y si no me apuraba podía perder el ovario, así que fui remitida de inmediato a un hospital.
Imaginen entonces lo que sentí mientras esperaba, en una sala de partos, una cirugía en la que podía perder además de la trompa de Falopio, un ovario, y por lo tanto, reducir mi fertilidad. No entendía qué hacía en esa sala. Se escuchaban los gemidos de todas, su respiración y las indicaciones médicas. Podía ver sin mucha dificultad el parto de otras mujeres (algo normal en una sala de partos), pero, ¡yo no iba a parir!
Cuando me pasaron a cirugía, el anestesiólogo me hizo firmar un consentimiento médico para llevar a cabo el procedimiento que no me había explicado, pero que deduje cuando me pidió que me pusiera de costado. La conversación la tengo grabada en mi mente:
Cuando me pasaron a cirugía, el anestesiólogo me hizo firmar un consentimiento médico para llevar a cabo el procedimiento que no me había explicado, pero que deduje cuando me pidió que me pusiera de costado. La conversación la tengo grabada en mi mente:
– ¿Es en la columna?
– Sí.
– Yo no quiero esa anestesia, a mi mamá se la pusieron y todavía le duele la cintura.
– Pero este es un tipo de anestesia diferente (dijo él de forma seca, sin explicar por qué era diferente).
– No me importa, no la quiero.
– Ah, entonces usted es anestesióloga – dijo con ese tono de sabelotodo prepotente que tienen algunos médicos.
– No, no lo soy, pero es mi cuerpo y no la quiero.
– ¡No tiene por qué ser grosera señora!
– Sí.
– Yo no quiero esa anestesia, a mi mamá se la pusieron y todavía le duele la cintura.
– Pero este es un tipo de anestesia diferente (dijo él de forma seca, sin explicar por qué era diferente).
– No me importa, no la quiero.
– Ah, entonces usted es anestesióloga – dijo con ese tono de sabelotodo prepotente que tienen algunos médicos.
– No, no lo soy, pero es mi cuerpo y no la quiero.
– ¡No tiene por qué ser grosera señora!
¿Grosera?, ¿por pedirle que tomara en cuenta mis consideraciones sobre mi cuerpo? Sentí que estaba siendo consecuente. Si había tomado la decisión de abortar, porque puedo elegir sobre mi cuerpo y mi vida, no me debía callar ante algo que podía dejarme con dolor en la cintura por décadas.
Desperté en una pequeña sala sin divisiones de ningún tipo, al lado de un par de mamás felices que abrazaban a sus hijos recién nacidos. ¡Yo no quería ver mujeres felices! Después me subieron a una habitación en donde había una cuna, ¿les parece lógico dejar una cuna en una habitación de una paciente que acaba de tener complicaciones en su embarazo, y que por lo tanto, no necesita la cuna?
Una vez llegada a casa, encontré algunas consideraciones al respecto: El termino violencia obstétrica es un momento de completa vulnerabilidad para la mujer en general, pero por otra parte, también me dio la sensación de que es algo que sucede sobre todo con las mujeres que no están por parir; mujeres que como yo, no tuvieron un “feliz término” de su embarazo en ese momento. ¿Es que acaso como ya no existe bebé de por medio no se considera la salud de la madre? ; ¿por qué en el momento en el que una mujer no quiere tener un bebé se considera que nunca más querrá y se piensa que su cuerpo puede ser maltratado?
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Alma Alonso (24) Bogotá, Colombia.
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